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La payada de Seco (poesía)

Sí, hagamos memoria. Seco es el presonaje que venimos desarrollando con Pedro desde hace algunos años. Fueron sus historias las que nos llevaron de la camaradería amable al trabajo continuo y esforzado. Y como suele suceder cuando las relaciones se estrechan tanto, nuestra sociedad pasó por repetidas crisis que fuimos exorcizando a través de breves artículos en el viejo Blog de Seco, artículos que hace algunos meses sacamos a relucir nuevamente para nuestro blog en Subcultura (bajo el título 'Bigatti vs. Lobato' 1, 2, 3 y bis).

Aquellas regulares sesiones de autoanálisis concluyen con la irrupción del propio Seco, que viene a poner un poco de sensatez en la contienda. Después de todo, mientras Pedro y yo nos preocupábamos por nuestra propia salud mental, perdíamos de vista a quienes suelen ser las verdaderas víctimas en toda crisis de pareja: los hijos. Sí, Seco es como un hijo para nosotros. Y el muchacho, en un arrebato de criollismo que da cuenta también de su propia crisis de identidad, se caracterizó de Martín Fierro y nos entregó una payada que nos hizo sonrojar. Aquí la transcribo, con su pertinente introducción:

La payada de Seco

La paciencia tiene un límite. Guionista y dibujante lo sabían, y comenzaron a lanzar puñetazos a la mandíbula del otro. Afortunadamente, con el Atlántico de por medio no podían causarse mucho daño. Fue en aquel instante en que una sombra se cuadró bajo el marco de la pulpería. Era él. Alto y fornido, venía envuelto en un poncho raído y polvoriento, y traía una guitarra criolla en su mano buena. Avanzó entre los paisanos que lo miraban descreídos y desconfiados. Enfiló hasta donde lo esperaba el negro, quien limpiaba los últimos rastritos de sangre de su facón.

El forastero le pidió la silla: palabras toscas y sin gentileza. En otro rincón, Recabarren bajó la vista, temiendo lo peor. Pero el negro se puso de pie, guardó el facón en su cintura y señaló:

-Cuidado, maestro, mire que tiene el respaldo flojo. No se vaya a ir de culo y se rompa el marote.

El otro agradeció con la mirada; tomó asiento, templó vagamente la vigüela con dedos de carne y de titanio, y luego de aclararse la garganta con tibieza soltó una payada como hacía mucho que no se oía por estos pagos:
Tengo bien secas mis manos,
Así como seca el alma,
Seca la dicha y la calma
Por una historieta seca,
Que ha creado gente hueca
Que no congenia ni empalma.

Pues se sabe que el amor
De guionista y dibujante
Es un engendro aberrante
Que de amor no tiene nada,
Y mucho tiene de asnada
Floja, vil y petulante.

Son estas razas opuestas
En el fondo semejantes:
Uno pule sus diamantes
Con palabras y razones;
El otro utiliza crayones,
Reglas, tintas y secantes.

Mas los dos buscan lo mismo,
Buscan dar con la criatura,
Con guión, con estructura,
Estando en todos los ápices,
Con pinceles y con lápices
De punta blanda o bien dura.

Así van buscando gloria,
Más ninguno es muy certero.
Cavila uno el mundo entero
Y el otro, pues, lo dibuja;
Uno ante un teclado puja
Y el otro frente al tablero.

Pero ninguno comprende,
Ninguno toma conciencia
Que ha perdido la paciencia
Esta alma que ellos destejen;
Bien quisiera que me dejen,
Que me den una licencia.

Pues me he hartado del manejo
De esta gente malparida
Que se adueñó de mi vida,
Que dispone y manosea;
Que sólo tiene diarrea
En su cabeza podrida.

¡Oigan, pues, lo que les digo!
¡Y oigan bien que no repito!
A mí ya me importa un pito
Si me crearon o qué;
¡Se acabó, ya me cansé,
Para mí esto es inaudito!

Quiten sus manos de encima,
Se van ustedes, no yo.
Y no vengan con que no:
Se van donde deban ir,
¡Ya comiencen a salir,
La puta que los parió!

Se van a la conchinchina,
Con su soberbia y desmadre,
Y por más que mal les cuadre,
Si no quieren que los muerda,
¡Váyanse bien a la mierda
Y a la concha de su madre!

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